Antes de que iniciara su “numerito de seducción” (y gracias a Dios), se dio cuenta que el cliente que la esperaba no era otro que su propio padre. De inmediato, la joven de 20 años de edad, huyó del hotel.
Por su parte, Titus lamentó la terrible experiencia, confesando que estaba pasando por problemas de pareja, pero lo que más quiere es a su familia, con quienes habló para solucionar el penoso incidente.
Ahora, su hija ha dejado la prostitución y planea regresar a su escuela; aunque aún tiene problemas maritales, él y su esposa asisten a sesiones con un consejero que los está ayudando a resolver su situación.
La mujer de Titus advierte que de no ser por sus hijos ella hubiera pedido el divorcio desde hace mucho tiempo.
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